miércoles, 15 de diciembre de 2010

Los deportistas que desafiaron al sida

El recorrido es largo… vaya si lo es. Y la vida, en lo más puro de su esencia, nos va poniendo a prueba. El sida (acrónimo de síndrome de inmunodeficiencia adquirida), es el recorrido final causado por el virus de inmunodeficiencia humano (HIV). Cuando este virus logra que las defensas del organismo fallen, diversas complicaciones en la salud -las llamadas enfermedades oportunistas- desatan el desenlace más trágico.
Dificultades que la vida nos tiene reservadas. Dificultades de las que nadie está exento. Sin embargo, la llave para abrir el cofre que hará que estas dificultades se transformen en soluciones las tiene uno. Nadie más que uno. Por ahora.
La magia de un luchador: a caso parecía una utopía, para aquel entonces, que los inmaculados e intocables deportistas, venerados y resguardados en sus inmensos templos, pudieran claudicar ante tamaña enfermedad.  Lo cierto, es que el 7 de noviembre de 1991 el mundo se enmudecía ante la noticia menos pensada. Earvin Magic Johnson, uno de los mejores jugadores en la historia de la NBA, anunciaba en conferencia de prensa su retiro por culpa del HIV.
Esa misma habilidad que exponía en cada partido con la camiseta amarilla de Los Ángeles, Johnson la utilizó después, más que nunca, para escaparle al lógico miedo, que suponía una realidad tan distante: “Una parte de mi se ha ido, pero la vida continúa y yo no me voy a quedar parado por ello”. Y Magic no lo hizo. We are the communities we serve (Nosotros somos parte de una comunidad a la que tenemos que servir), es el lema de la fundación que creó en 1991 para la prevención, educación e investigación sobre el sida; además de apoyar a organizaciones sociales y luchar contra de la discriminación.
Ejemplo de vida, Johnson fue, lamentablemente, el puntal de un movimiento que sirvió para concienciar a las cúpulas deportivas más importantes del mundo sobre una enfermedad que se cobra la vida de más de tres millones de personas por año en todo el mundo. Muestra de ello es que la NBA y la FIBA (Federación Internacional de Básquet) comenzaron a realizar diversas campañas para educar a sus atletas.
Según los especialistas el riesgo de contagio durante una disputa deportiva entre un portador y una persona sana es extremadamente bajo -el virus ingresa al cuerpo por medio de la sangre y los fluidos corporales-. Y los atletas infectados pueden realizar actividades teniendo en cuenta, claro está, una previa revisión médica.
Johnson es el reflejo de esta lucha. Una lucha incesante, una lucha humana. Él, que sensibilizó los corazones ajenos; él, que con valentía y orgullo, pelea día a día por su salud y el bienestar de sus pares.
Mucho más que un gran jugador de tenis: en algún momento, el estadounidense Arthur Ashe dijo: “Sé que nunca me hubiera perdonado vivir sin un propósito humano. Sin tratar de ayudar a los pobres y desafortunados. Sin reconocer que el regocijo puro de la vida viene al tratar de ayudar a otros”. Y quizás esas palabras no quepan de mejor manera para enmarcar un sueño, una ilusión… acaso un pedido.
Más allá de su intachable carrera en la década del setenta, el nombre de Ashe comenzó a tener mayor repercusión en 1992 cuando, debido a una transfusión de sangre realizada en 1983, declaró, quizá sin sentirlo, que en su cuerpo habitaba el virus del sida. Ya a esa altura, el mismo corazón que latía en cada partido ante figuras como Ken Rosewall o Jimmy Connors, comenzaba a sucumbir ante la enfermedad invisible.
Durante su vida, Ashe mantuvo una intensa lucha contra el apartheid (movimiento de segregación racial) en Sudáfrica. Si bien siempre se caracterizó por tener un bajo perfil, alguna vez dijo que “sobrellevar el HIV palidecía ante el dolor que causa crecer siendo negro en Estados Unidos”.
Luego de su retiro, Ashe realizó diferentes trabajos en los medios de comunicación, aunque el verdadero sentido de su legado fue la lucha incesante que llevó contra el sida.
Poseedor de un espíritu inquebrantable, cuestionó las políticas del gobierno por falta de capitales para la investigación de la enfermedad. “Hablar ante audiencias sobre el sida se ha convertido de algún modo en la función más importante de mi vida”, sentenció. En tanto, dos meses antes de su muerte creó el Arthur Ashe Institute for Urban Health (Instituto Arthur Ashe para la Salud Urbana). Y haciendo un guiño hacia el cielo, una semana previa a su ida, finalizó sus memorias con un título que rezaba “Days of Grace” (Días de gracia).
KO al sida: hay historias que, en oportunidades, suelen bordear el límite de la razón. Momentos en los que uno se pregunta ¿Por qué me sucede esto a mí? Tommy El Duque Morrison supo tocar el cielo con las manos cuando venció a su compatriota George Foreman y se coronó en 1993 campeón pesado de la OMB (Organización Mundial de Boxeo). Sin embargo, como alguna vez supo abrazarse con la gloria, la enfermedad silenciosa le hizo arrojar la toalla en 1996.
El deporte es un alto generador de tentaciones. Fama, dinero… vicios que, por lo general, suelen revelar las debilidades de los atletas. “Creía que eso sólo le pasaba a los homosexuales o drogadictos. Ahora me doy cuenta que llevar una vida de lujos y vicios sólo puede conducir a la miseria”, dijo Morrison subrayando una máxima de la vida misma.
Después del examen positivo de Morrison el ambiente boxístico abrió los ojos ante un problema que plantó diversos debates legales y sociales. En 1996 la comisión de boxeo de Nueva York anunció que todo los boxeadores debían se sometidos a un test anual; mientras que el 7 de marzo de ese mismo año la New Jersey Athletic Control Board impuso el análisis obligatorio para quienes compitiesen en ese estado. Oregon, Arizona, Washington y Nevada también se sumaron a la causa.
 Después de fundar Knockout Aids, un establecimiento para respaldar a chicos con sida, percibió una luz en su camino. Es que, después de pasar satisfactoriamente una serie de exámenes -Morrison siempre aseguró estar sano-,  regresó a un cuadrilátero para demostrar y demostrarse, que aún estaba vivo. Ahora bien, como afirmaron los médicos de Johnson en 1997 (David Ho y Michael Mellman), que el virus no sea detectable no significa que esté ausente.
            El caso de Eduardo Esidio, futbolista brasileño, quizás sea el ejemplo más elocuente de superación y fortaleza mental. Es que, siendo portador se consagró en tres oportunidades con su equipo, Universitario, de Perú, y fue el segundo máximo goleador del mundo en 2002, detrás de su compatriota Jardel.
Contrastes y similitudes en historias de vidas diferentes, aunque unidas por el deseo de lucha. Siendo la vacuna del sida el mayor reto para la ciencia, educar en métodos de prevención, concienciar y no discriminar, parten como las obligaciones más importantes, ante un mal que no es ajeno al deporte ni a sus protagonistas.  

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