jueves, 29 de septiembre de 2011

Mi biblioteca perfecta - Septiembre

El marido (The husband, 2006, Dean Koontz, Ed. Suma de letras) Novela-ficción:  The New York Times definió el estilo de Dean Koontz, nacido en Everett, Pennsylvania, Estados Unidos, hace 66 años, como psicológicamente complejo. Y El marido, paradójicamente, es todo lo contrario.
            “Qué el amor lo es todo, es todo lo que sabemos del amor…”, nos anuncia Koontz en el epígrafe del primer capítulo. Las palabras de Emily Dickinson son sabias y enmarcan a la perfección el sentimiento de Mitch, el protagonista, quien recibe un llamado telefónico que invoca la peor de sus pesadillas. Un rapto. Un pedido de rescate y tres días para juntar dos millones de dólares en efectivo. El marido, es una novela de rápida lectura porque atrapa al lector desde el comienzo. Con una prosa ligera, que no sólo se detiene en el detalle de construir ambientes cálidos y personajes vivos, Koontz hipnotiza con una historia común y sentida, con diversas variables y vueltas de tuerca, que atrapan y, a su vez, conmueven al punto de sentirse identificado con los protagonistas.
            ¿Qué serías capaz de hacer por amor? ¿Estarías dispuesto a morir? ¿Y a matar?

El fútbol a sol y sombra (1ª edición: 1995- 4ª ed. ampliada: 2010, Eduardo Galeano, Ed. Siglo veintiuno) Literatura deportiva: Al igual que Me gusta el fútbol (véase Mi biblioteca perfecta del mes de agosto) el uruguayo Eduardo Galeano, considerado uno de los más grandes escritores de la literatura latinoamericana, conjugó en apenas 270 páginas, una obra indispensable para todo aquel que disfrute del buen fútbol como juego. 
            Galeano rinde homenaje al fútbol. Y es un placer leerlo, porque cuando escribe logra traspasar los sentidos. Se enamora del verdadero fútbol y le es fiel. Denuncia las estructuras de poder de uno de los negocios más lucrativos del mundo. Y rescata a la belleza… esa belleza que relata cada una de las anécdotas que envuelven este libro. Porque es un libro de anécdotas. De acá y de allá. De tiempos lejanos y no tantos. De épocas en las que el fútbol era verdaderamente un juego.
            En El fútbol a sol y sombra, el autor propone una pared con los sentidos: “Han pasado los años, y a la larga he terminado por asumir mi identidad: yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico:
            -Una linda jugadita, por amor a Dios.
            Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece.
           
El Caballero de la Armadura Oxidada (The Knight in Rusty Armour, 1990, Robert Fisher, Ed. Obelisco) Autoayuda-fantasía-ficción: Antes de escribir El Caballero de la Armadura Oxidada, Robert Fisher tenía una extensa y premiada carrera escribiendo guiones junto a Arthur Marx para grandes humoristas, que incluía en sus filas a Groucho, hermano de Arthur, Bobe Hope o Alan King.
Cuando Fisher escribió su gran obra no tenía idea de la trascendencia que la misma adquiriría. El Caballero… fue traducida al chino, italiano, portugués, alemán y francés, entre otras lenguas, y ha vendido más de cien millones de ejemplares en el mundo. Es una historia poderosa, constructiva, que nos traslada a un mundo imaginario donde nosotros somos los propios protagonistas. Desde sus páginas Fisher nos enseña a querer a la vida y sortear aquellas piedras que se nos presentan en el camino con una palabra tan mágica como su relato: amor.
A partir de una mirada sensible, el autor crea una obra maestra, plena de enseñanzas e indispensable en estos tiempos de crisis, desigualdades y desesperanzas. Cada vez que nos sintamos solos, abrumados por la vorágine que nos comprime la vida, leer El Caballero…presume una caricia a los sentidos. Y nos hace acordar de los importante que somos y lo mucho que valemos. La vida es un regalo y debemos honrarla.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La noche en que todo se tiñó de negro

Parece mentira que siempre se vuelva a caer en la misma historia de cobardía, desigualdades, soberbia y arrogancia. Un día como hoy, pero hace 35 años, los poderosos e individualistas comandantes de la nación privaron la libertad y el desarrollo como personas a siete jóvenes que simplemente luchaban por sus lógicos derechos bajo el lazo represivo de la junta miliar en pos de una democracia republicana. Los hechos ocurridos el 16 de septiembre de 1976 escribieron una vez más una página de horror en la historia Argentina. El triste episodio es conocido como La Noche de los Lápices, en donde las fuerzas armadas despojaron de sus vidas para no devolvérselas nunca más a siete alumnos y militantes de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), que simplemente reclamaban pacíficamente un boleto estudiantil con tarifa reducida. Simplemente.
            María Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Francisco López Muntaner, Claudio De Acha, Horacio Húngaro y Daniel Alberto Racero aún se encuentran desaparecidos.
            Mientras en el mundo moría la novelista británica Agatha Christie, James Carter era elegido como nuevo presidente de los Estados Unidos y la rumana Nadia Comaneci, con tan solo 14 años, se convertía en un hito de la gimnasia olímpica, en Montreal; Argentina sucumbía cruelmente a una dictadura, que eligió una represión dirigida hacia las organizaciones armadas -en 1976 ya estaban prácticamente derrotadas- y contra sus apoyos civiles. Sin embargo, se extendió a todo tipo de militancias sociales y políticas. Obreros, sacerdotes, abogados, periodistas y estudiantes fueron los más perjudicados.
            En forma de homenaje, el 16 de septiembre fue declarado como el Día Nacional de la Juventud. Y no está mal que así sea. Sin embargo, sería mejor que el afecto sea mirando hacia adentro y que comprenda a la libertad como derecho. Como un regalo. Como la presea más valiosa que se puede tener.
Un espíritu de lucha, un espíritu de movimiento. Para que nunca se pierda la iniciativa de alzar la voz. Como un elemento de lucha. Como un regalo. Como la presea más valiosa. Para construir una sociedad más justa y solidaria. 

martes, 6 de septiembre de 2011

Bautismo

El pelado lo siguió al Tata ese domingo por la tarde. Lo siguió como suelen seguir los chicos a su madre cuando los llevan al dentista. -¡Ufa! -rezongó el pelado-. Era un hecho inevitable.
El sol tenue se dejaba divisar delicadamente detrás de las grandes y nuevas  construcciones de hormigón que se asomaban desde el otro lado de la autopista 25 de Mayo. Faltaría poco para que el único agente inmobiliario de la zona comience a llenarlas. La noche acaecía mientras el Pelado continuaba rezongando sabiendo que no tenía nada por hacer. El Tata era de esos tipos que no se dan por vencido ni aun vencido.
El Pelado sintió como un viento arremolinado y frío lo acariciaba por detrás del cuello. Levantó los hombros y deslizó la cabeza hacia atrás en un acto reflejo. La mirada fiera del Tata lo seguía ante cada movimiento. Y entonces le ofreció un cuello polar que tenía en una pequeña mochila marrón algo desgastada. El Pelado se lo calzó si vacilar.
No había una comunicación muy fluida entre el Pelado y el Tata. Algo que el más grande de la familia siempre se reprochó. Sin embargo, existía un respeto mutuo que, a pesar de la edad, se sentía a cada paso que daban. El Tata rondaba los 23, mientras que su hermano había cumplido 15 el último martes.
Las estrellas comenzaron a rellenar rápidamente el cielo oscuro. Unas pocas nubes grises se dejaron ver demostrando que la tormenta eléctrica que había pronosticado el servicio meteorológico para el lunes era errada. Aunque no era algo que el Pelado y el Tata pudieran precisar, el tiempo pintaba ideal. Y una sonrisa se reflejaba en la cara del más grande. Lo peor ya había pasado.
Como una enorme y cálida manta, Colorado cobijó los sueños de la familia. Esa ciudad distinguida que poseía los picos más altos de las montañas rocosas en el sur de los Estados Unidos, se transformó en una esperanza de vida para su viejo, humilde laburador, que abandonó su querido Boedo junto con una ilusión de prosperidad que nunca llegó.
Diez años pasaron hasta que pegaron la vuelta. Él, el Pelado y el Tata. Diez años hasta que se instalaron nuevamente en la esquina de Albarracín y Santander. La misma esquina donde el Tata jugaba a la pelota día y noche emulando con una Pulpo bordó los goles del Nene Sanfilippo.
La euforia desmedida y ese aliento desbocado se hacían sentir a cada paso que el Pelado y su hermano daban por el viejo empedrado de las calles de Boedo. Bajaban de los edificios, salían de los negocios aledaños y confluían fervorosos en la Avenida Perito Moreno y Varela. Allí donde el estadio Pedro Bidegain sentó sus cimientos en 1993. Fueron tiempos de alegrías, tiempos de tristezas. Fueron tiempos de lucha. Una lucha incesante para volver a tener un lugar propio. Una identidad. Lo cierto, es que por diferentes canchas desfilaron durante algo más de doce años los colores de su querido San Lorenzo. El viejo lo sabía y su hijo más grande también.
Eran tiempos difíciles. Pero su amor por la camiseta era aún más grande que ese primer amor amateur que tuvo el Pelado esa noche de invierno. Esa que llevaban día y noche pegada a la piel. Al corazón. Esa misma que el Tata le regaló en un paquete muy bien presentado el último martes al Pelado. A pesar que ese domingo lo seguía al más grande de prepo; sus ojos brillaron de alegría esa mañana en el desayuno. La casaca era hermosa.
El reloj del Tata adelantaba unos pocos minutos como deseando oír ya el pitido inicial del partido. A esa altura del día serían más o menos las 18, dedujo sin pensarlo el querido y respetado hermano mayor. A unas pocas cuadras se dejaba divisar una larga fila pintada de colores. Gorros, banderas, cornetas y camisetas azulgranas dibujadas en una increíble postal que revelaba la tradición futbolera de cada tarde de domingo. Delante de un vallado irregular y oxidado un frágil cordón policial regulaba a groso modo el ingreso incesante de la gente. La fila pintada de colores se iba desvaneciendo a paso agigantado, mientras que un grupito de chicas -a caso serían siete u ocho- se resguardaban del intenso frío bajo una bandera grande que rezaba “Las santas de boedo” en delicadas letras góticas.
 Las 19 era el horario pautado para el inicio del encuentro entre San Lorenzo y Gimnasia y Esgrima La Plata. Primera fecha del campeonato Clausura y todas las expectativas puestas en el equipo del Bambino, el Pampa Biaggio y compañía. Esmero y confianza, mucha confianza partían como las premisas fundamentales de un técnico que venía trabajando hace cuatro años en el club y pretendía, como ya lo había hecho alguna vez con River, vestir a “su” San Lorenzo de Almagro de gloria.
El Pelado y el Tata se acomodaron en la popular local perpendicular al arco que minutos después ocuparía Passet. Su viejo siempre dijo que ese era el mejor lugar para apreciar la riqueza técnica del jugador y la variedad táctica del equipo. Más allá de los cuantiosos elogios que caían de maduros sobre las espaldas de gladiadores de mil batallas como Passet, Ruggeri y Biaggio, los once primeros nombres que citó la voz del flamante estadio fueron acompañados por una lluvia de gritos y aplausos.
Nunca había visto algo así. Nunca en su corta relación con la vida que en algún momento supo dividir sus sentimientos más allá de una elección. Los ojos color avellana del Pelado se deslumbraban envueltos en una espesa nube de humo azul y rojo que desaparecía poco a poco de la punta abrillantada de las bengalas, que blandían algunas manos desconocidas. A un costado, un pelado como él, pero de una barba prominente y despareja, por cierto, necesitó de ayuda para subirse a un para avalanchas y, como un maestro de orquesta de espalda al espectáculo, comenzar a dirigir con todas sus fuerzas la fiesta de la tribuna. El olor a choripán de los puestitos de arriba se mezclaba entre el suave Givenchy del gentleman de abajo y el repulsivo -al menos para el Pelado y el Tata- aroma a porrito, que se elevaba como una espesa niebla y que tapaba las fosas nasales del más chico. Bajaron un par de escalones.
El primer tiempo pasó sin pena ni gloria. Las voces gastadas y las gargantas cansadas se silenciaron hasta llegar a un minúsculo cúmulo de sensaciones. Los diversos puntos de vista dejaron entrever a tantas opiniones y pensamientos futboleros, que por el momento las ideologías de muchos quedaron enterradas bajo los alineados tablones de maderas. Al lado de una parejita que compartía sus sensaciones con un moreno que lucía un Piluso con los colores del Ciclón, el Pelado observaba callado y deseando que su estadía en el estadio pasara lo más rápido posible, cómo el Tata discutía vehementemente con un tipo de traje, que bien podría parecerse al patrón de su hermano mayor. Tipo bonachón, de unos 40 años de edad, criticaba a viva voz las constantes subidas del Ruso Manusovich alegando la falta de aptitud técnica para pegarle a la pelota. El tata, malhumorado, primero por algunos fallos desacertados del referí y segundo por el comentario poco agraciado de aquel hincha que se ufanaba por tener aires de grandeza, se despachó con un bombardeo dialéctico deportivo institucional que ni hasta Víctor Hugo hubiese podido igualar. La riña no pasó a mayores.
El Tata dirigió su mirada hacia su hermano menor y lo rodeó con su brazo derecho. El Pelado levantó su vista y se acomodó para recibir al equipo. El segundo tiempo estaba por comenzar. Las banderas flamearon nuevamente y un rugido desmedido empezó a rellenar las gradas vivas de gol. A los pocos segundos un nuevo maestro, esta vez algo más joven, tomó la batuta de la hinchada, mientras el compás delicado de algunas trompetas se hacía sentir a cada paso que daban sus cinco integrantes. Las gargantas de las miles de almas que cubrían de azulgrana las plateas y populares locales liberaron su éxtasis contenida a diez minutos del final. Explotó ese grito de gol encerrado que dejó ver ante la lupa de Dios las amígdalas del Pelado y la mirada desencajada del Tata abrazando al verdugo de Manusovich en el momento exacto en que Rivadero, que había ingresado por el Gallego González, estampaba su firma en la red visitante. Uno a cero y a llorar a la iglesia, los primeros tres puntos del campeonato se quedaban en Boedo. Los ojos vidriosos del Tata se reflejaron en las pupilas de su hermano menor y entonces el Pelado sintió el deseo de abrazar con todas sus fuerzas al más grade. Sus mejillas se rozaron. Una lágrima bordeó su ñata y finalizó su recorrido en los labios del Pelado, que exhaló cansado y contento a la vez y sintió como un sabor salado se disolvía en lo más profundo de su ser. Final del partido. El Tata limpió con un gastado pañuelo cuadrillé los ojos del Pelado y presurosos pegaron la vuelta.
Caminaron un par de cuadras y el sonido de la euforia ganadora se iba apagando a medida que sus pasos los alejaban más y más del estadio. El más grande miró al más chico, le acomodó el cuello de la camisa, sacó su billetera de cuero y buscó 20 pesos que el Pelado guardó sin chistar en su bolsillo izquierdo. Luego le recordó con voz firme y segura que no volviera tarde… su querido hermano menor tenía su primera cita.